Salgamos del refugio en el que estamos, dejando fluir el agua sin saber hacia dónde irá pero en marcha. Caminemos como los niños, mirando a todas partes, llenos de interrogantes, sabiendo que somos vulnerables, dependientes, aprendices pero libres. Siendo el hoy nuestra bandera, viendo en cada calle cortada, en cada foso a nuestros pies una oportunidad de dar marcha atrás, de esperar mientras jugamos con el agua del charco.
No tengamos miedo a perdernos en nuestro castillo, abrir esas puertas tapiadas con olor a rancio. Desconocemos lo que habrá detrás de todas las capas con las que nos hemos cubierto, ni siquiera en el fondo del mar. Algunos dicen: «Mejor no remover las cosas y dejarlas tal y como están». Pero hemos de remar mar adentro, sumergirnos estando acompañados por Aquel que nos mira con amor . No nos asustemos de ver lo que hay en la profundidad, en la zona abisal. Si lo sabemos, podremos mirar a todos de manera distinta, cambiará nuestra relación con todo el mundo; la vida será diferente, comprenderemos realmente lo que nos impulsa a ciertas cosas. Teniendo la certeza de que todo es un don, viviendo nuestra vida así, cambiará nuestra perspectiva; abrazaremos lo que ahora deseamos arrancarnos, aún en parajes oscuros veremos claro y la gratitud se impondrá al derecho. Pararemos en el camino de vez en cuando porque hay que afilar el hacha para trabajar como dice el cuento. Lucharemos contra la sombra gris que nos quiere inmovilizar.
Algunos pensaréis: la sombra es alargada, las cadenas son muy fuertes, los valores están extinguidos, etc.
Entiendo que todo esto os pueda frenar pero vale la pena luchar y más sabiendo que a Su lado la victoria está garantizada.
No dejemos de mirar hacia el horizonte como un niño, siempre desafiando, sabiendo que no estamos para las cosas pequeñas sino altas, aquellas que se escapan de nuestras manos.