Dejé mis maletas en
el cuarto del olvido.
Me fui tal como soy
dejando los trajes en un rincón.
Partí sin planes escritos…
Durante estos días todo ha sido una sorpresa detrás de otra, siendo lo extraordinario el pan cotidiano de cada día. La primera noche mientras todos dormíamos, alguien se coló en nuestro cuarto; algunos notaron su presencia pero no dijeron nada hasta la mañana. El pequeño intruso seguía en paradero desconocido y esa misma noche con un sencillo artilugio pudimos cazarlo y no volvió a molestarnos. Ese día fue el primer contacto con la realidad después de dividirnos las tareas, empezamos a trabajar.
Unos destaparon el cuarto más asqueroso que te puedas imaginar, nadie en muchos años se había aventurado a entrar. Olores nauseabundos, heces, herrumbre, descomposición y más cosas había dentro de cuatro paredes estrechas que los tragaban durante horas pero ellos fueron más fuertes que todo eso y cambiaron completamente ese espacio en pocos días transformando aquel tenebroso lugar en la más confortable estancia. Otros fuimos a encontrarnos con la simpleza, la inocencia, la ternura escondida tras la desconfianza de una vida dura. Ellos nos sorprendieron y cogieron nuestra alegría, esperanza mientras se trazaban los lazos de la confianza. Sus caras las tenemos en nuestro corazón grabadas. No me olvido de todo el trabajo de lavado de cara del edificio al son de la música, con algunos redondeles blancos y alguna pausa en lo alto.
Gente que se va y viene, como en el tren cada día era una estación, se iba uno y venía otro. También las noches a la fresca lloviendo huevos con la barbacoa cerca. Los ratos libres al compás del piano o con las cartas en la mano. Cuantas cosas por contar dentro de estas tiendas en la que estábamos envueltos con Él siempre a nuestro lado.
Volver habiendo cambiado.
Parece que fue ayer
cuando empezamos
y ya es domingo
en el calendario.
Brindo por las nuevas amistades,
la semilla plantada y
el gran aprendizaje.