Estamos en verano, con calor al alcance de la mano. Cuando la ciudad se siente solitaria, esperando que vengan todos los invitados, mientras las calles meditan a la luz del sol, sacan sus galas mientras no las vean y las polvorientas máquinas siguen modificando las aceras en alguna parte, ellas no tienen descanso porque siempre les surge algo por hacer.
El calor aprieta y por unos momentos la brisa calma el furor de ese calor sobre el cuerpo mientras el sol cada vez es más enérgico en todos los sitios.
No somos importantes pero a la vez despertamos interés, cuando no hacemos nada interesante. Es algo que siempre sucede, inevitablemente para nosotros y cada vez que estamos en grupo haciendo nuestros ejercicios empieza el espectáculo de mil maneras se produce, que cosa más curiosa. Cuando estas haciendo algo rutinario se convierte en extraordinario para otros y si buscas lo maravilloso no lo encuentras muchas veces porque está escondido en lo cotidiano, en aquellas cosas que no nos damos cuenta. Uno se acostumbra a que le observen y nota cuando ese individuo está o se ha ido o simplemente se ha escondido, desarrollando una percepción especial para estas cosas.
Al pasar por las personas, mientras veo mi destino recuerdo con atino las frases que me dijeron en su tiempo. Llevando al lugar se ve el cambio de escenario como lo que ayer era una fiesta ha desaparecido, todo cambiado con algunas cosas escondidas.